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viernes, 26 julio, 2024

    Con Luz Propia

    El alma está curada cuando es capaz de ver su propia luz.

    En el sermón de la montaña (Mt 5, 16), considerado el programa de vida del cristiano, Jesús le dice a quienes lo escuchan: “Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte? Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres”. El alma está curada cuando es capaz de ver su propia luz. Lo anterior, nos permite afirmar que, el alma que sufre, que está herida, camina en las tinieblas; por esa razón, resulta difícil reconocer la presencia del amor en ella. El alma iluminada se dirige hacia la vida y el alma que anda en la oscuridad, se dirige hacia la muerte. La meta de la vida espiritual auténtica es, alcanzar la iluminación. Nos curamos, en la medida que abandonamos la oscuridad, para acercarnos a la luz, a la claridad sobre el sentido y propósito de nuestra vida.

    Es una certeza hoy, en la medida, que trabajamos sobre nosotros mismos, sobre lo que nos hiere profundamente, experimentamos una mayor libertad emocional y, las decisiones que tomamos sobre nuestra vida, se revelan como acertadas. Hoy, hay mayor sensibilidad con respecto al trabajo en la sanación del alma. Desde diferentes lugares terapéuticos recibimos la invitación a vivir desde el corazón, a ser nosotros mismos, a recuperar la conexión emocional. Algunos proponen un trabajo basado en el bienestar emocional como clave para alcanzar el éxito en la vida. Otros, hablan del trabajo interior como la expresión de la necesidad que existe en todo ser humano de dar orden a su vida, de encontrar el principio divino, desde el cual configurar su vida. Lo único cierto es, sin contacto con el alma, nos deshumanizamos y nuestra vida se hace más penosa y gravosa de sobrellevar. Cuando se pierde el contacto con el alma, no solo se pierde la conexión con nosotros mismos, también perdemos de vista, el horizonte de nuestra existencia.

    Berta Meneses, nos dice: “Existe una nueva forma de mirar el ser humano. Esta nueva perspectiva desde la que se contempla a la persona es realmente dinámica y profunda, pues percibe al ser por sus características humanas únicas. Es el ser humano en busca de sentido, es capaz de ejercer su libertad y dirigir responsablemente su vida el centro actual de las reflexiones espirituales. Los caminos hacia la autorrealización pueden enseñarnos muchas cosas acerca de nuestros propios errores, deficiencias, acerca de las direcciones adecuadas en que nos desarrollamos y aquellas en que quedamos atrapados por factores diversos. Este camino nos invita a reconocer las heridas del alma, poner nombre a aquello que no entendemos y que nos hace sufrir, aceptar que la vida tiene un dolor inherente que hay que conocer y nombrar para poder liberarnos de él”. Un autor anónimo, miembro de un grupo conservador de la Iglesia católica, escribe: “Las preocupaciones exageradas, los sufrimientos, pero aún más las pasiones y los vicios, hieren el alma y le impiden desarrollar la increíble y necesaria energía que sólo ella puede atraerla hacia el amor de Dios para alcanzar la verdadera y única felicidad. Quien anda en el sufrimiento se va a quedar envuelto durante mucho tiempo en la oscuridad. El alma oscurecida por el dolor, se ve afectada en su esencia. Un alma en este estado no puede abrirse al amor de Dios, y mientras el cuerpo se consuela en las cosas humanas, ella gime desolada en la oscuridad.

    Finalmente, nos dice Lise Burbeau: “Aprender a aceptar nuestras heridas es aprender a ser responsables y a amarnos incondicionalmente, y esa es la llave para la transformación y la sanación del alma. No aceptar nuestra herida, sentirnos culpables, con vergüenza o juzgarnos, es atraer circunstancias y personas que nos harán sentir esa herida no aceptada. Aceptar la herida no significa que sea nuestra preferencia tenerla; significa que, como seres espirituales que elegimos vivir la experiencia humana para espiritualizar la materia, nos permitimos experimentar esa herida sin juzgarnos y aprender de la experiencia. Mientras haya miedo, hay herida y hay un juicio o creencia que bloquea su sanación. Cuando aprendemos a aceptar nuestras heridas estamos desarrollando el amor y estamos espiritualizando la materia. La sanación se produce totalmente cuando nos aceptamos a nosotros. El perdón hacia uno mismo es lo que finalmente nos sana, y para eso hay que aceptar que uno mismo es responsable de todo lo que le ocurre, y aceptar que ha acusado a otros de hacer lo que uno mismo hace a los demás. En el fondo, todos somos humanos, y aceptar nuestras limitaciones es lo que nos hace humildes y nos permite descubrir nuestra herencia divina.

    Solo una mística que transforma la psique del ser humano y capacita a la persona para un comportamiento nuevo es un camino espiritual auténtico. La curación es algo más que el afán de sentirse bien consigo mismo. El alma está curada cuando su acción desemboca en una acción que configura el mundo a partir de la experiencia de Dios; es decir, de lo que da un fundamento sólido a la existencia humana. Entrar en la esfera del amor divino, como diría Casiano, autor del libro la pureza del corazón, es conocer el puro amor, que no se aferra a nada, que lo conoce todo, lo abarca todo, lo cuida todo y le da sentido a lo que existe. Todo lo que se lleva ante Dios, nos dice la espiritualidad cristiana, es iluminado por Él. En Dios, todo lo oscuro resplandece, brilla como si fuera oro puro. El que se acerca a Dios, se deja reconciliar con Él, resplandece porque su vida, ahora, está llena de amor.

    Mientras estamos en el dolor y en la oscuridad, en lugar de crecer, nos estancamos y, en lugar de sanar, traemos dolor alrededor nuestro. Quien trabaja sobre sí mismo, trae luz al mundo y, si ese trabajo, es inspirado por Dios, como meta de la vida, esa luz es el Amor. Dice un maestro: “En palabras sencillas, esto quiere decir, que alcanzamos el verdadero crecimiento, involucrándonos profundamente en todas las experiencias que se nos presentan, y no teniendo el crecimiento como una meta a conciencia. Visto desde otro ángulo, cuando estamos profundamente sumergidos en una experiencia en particular, la idea de crecimiento tiene que desaparecer; de lo contrario no podremos alcanzar nuestra meta. Si no matamos el deseo de crecer y entramos en razón, nunca tocaremos el fondo de las experiencias de la vida”. La meta del trabajo interior es la realización de nuestro ser en el amor.

    Un joven se presentó ante el Maestro y le preguntó ¿Cuánto tiempo crees probable que puede llevarme el alcanzar la iluminación? Diez años, le respondió el Maestro. El joven quedó impresionado. ¿Tanto?, preguntó sin dar crédito a sus oídos. Y el Maestro le dijo: No, me he equivocado. Te llevará veinte años. ¿Por qué el doble?, preguntó el joven. Bien pensado, dijo el Maestro, en tu caso probablemente sean treinta años. Algunas personas nunca aprenderán nada, porque lo comprenden todo demasiado pronto. Después de todo, la sabiduría no es una estación a la que se llega, sino una manera de viajar. Si viajas demasiado aprisa, no ves el paisaje. Saber exactamente adónde va uno puede ser la mejor manera de extraviarse. No todos los que pierden el tiempo se extravían. Un joven se acercó a Jesús y le dijo: maestro, ¿cómo puedo alcanzar la vida eterna? Jesús le dijo: despójate de tu Ego y sígueme. El joven se marchó triste, lo único que conocía era la vida centrada en las posesiones y los logros.

    La mística nos lleva a experimentar el amor. Donde el amor se hace presente, las heridas que las experiencias del pasado causaron, se cierran y adquieren sentido. Nos vamos construyendo como seres humanos plenos desde la capacidad de integrar el dolor en nuestra vida, dotarlo de sentido y convertirlo en la fuerza que transforma lo que está a nuestro alrededor. El que ha sido curado, se dedica a curar a otros. Así actúa la sanación y reconciliación. En la experiencia mística, descubrimos que el amor es capaz de transformar el barro en vasija y la chispa en fuego. La mística despierta el anhelo de ser uno con Dios, el resultado de esa unión es un ser nuevo, revestido del amor y capaz de dejar atrás el resentimiento, el odio y el afán de venganza. En el amor de Dios todo queda transfigurado.

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