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viernes, 22 noviembre, 2024

    Jesús Gómez, el arhuaco que brilla en el deporte mundial

    Un joven indígena cesarense que destaca en levantamiento de potencia, y está orgulloso de su raza.

    Con las medallas y las pesas, Jesús Gómez, con la vestimenta de arhuaco, en su comunidad.
    Foto: Ludys Ovalle

    El indígena Jesús David Gómez Izquierdo encontró en el deporte de levantamiento de potencia (powerlifting) una motivación para impulsar sus valores de responsabilidad personal y fomentar, a través del “brillo” de sus medallas, la esencia de su cultura arhuaca, sus costumbres y la riqueza histórica de sus tradiciones ancestrales.

    El ascenso de su disciplina deportiva se dio en el 2013, cuando se desarrollaba un campeonato regional en Valledupar, donde logró coronarse campeón.“Llegó por su cuenta a ese torneo, tenía apenas, 13 años. Era un chico liviano (53 kg), y me sorprendió que levantara tanto peso a pesar de su falta de técnica. Al ver su talento, lo entusiasmé para que participara en otras competencias nacionales e internacionales”, recuerda su entrenador Alberto Díaz.

    El desarrollo máximo de su fuerza, velocidad, resistencia y habilidades, en la coordinación de movimientos, se lo dio la vida y la usanza de su raza indígena.

    Una vida conjugada entre la rigurosa crianza de sus padres, Rosmery Izquierdo Márquez y Luis Enrique Gómez Durán, matizadas entre los ritos espirituales, intricadas labores del campo y los olores de los frutos maduros de los cafetales de su tierra natal, Nabúsimake, corregimiento de Pueblo Bello (Cesar), estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta.

    “Desde niño me tocó realizar actividades muy pesadas. Recorrí extensas caminatas para buscar leña, y también, recogíamos café que luego cargábamos en bultos pesados hasta la casa. Eso me ayudó a fortalecer mi resistencia”, recalca el joven de 21 años.

    A partir del 2016, se vislumbraron nuevos triunfos que enorgullecieron estas tierras sagradas, demostrándole al mundo, que su gente está hecha de fuerza, valentía y entusiasmo. La posición privilegiada en el escalafón mundial de esta práctica deportiva le dieron, de alguna manera, la vuelta a las costumbres arraigadas de las comunidades arhuacas.

    “Ha sido una tarea dura porque esta etnia es muy aferrada a sus tradiciones culturales y aún les cuesta abrirse a estas prácticas deportivas; sin embargo, nos hemos esforzado para que vean en estas manifestaciones una forma de disciplina y de destacar a su gente. Hoy en día, aunque el respaldo de las entidades es insuficiente, otros miembros de esta cultura, también han acumulado medallas”, dice Díaz.

    Desde niño me tocó realizar actividades muy pesadas. Recorrí extensas caminatas para buscar leña, y también, recogíamos café que luego cargábamos en bultos pesados hasta la casa

    Tras el paso de los años, llegaron para el joven arhuaco otros reconocimientos de gran valor. Hoy acumula 47 medallas: 42 de oro, 3 de bronce y 2 de plata. Sus virtudes en esta disciplina lo ha llevado a pasearse por varias competencias, como campeonatos sudamericanos, panamericanos y mundiales, estableciendo marcas y logrando preseas en diveferentes modalidades en Lima, Orlando (EE. UU.), en Calgary (Canadá), Guayaquil (Ecuador) y Piriápolis (Uruguay).

    “El oro es para mí la luz que brilla, que me guía, que me lleva a la victoria y a los lugares donde seré triunfador. Por eso, estas medallas representan que estamos haciendo las cosas bien, que vamos por buen camino. El cobre representan los tropiezos que hay en la vida, pero es positivo porque debo hacer un esfuerzo para superarlos. La plata significa la lucha constante que debo ejercer para superarme y ser cada vez mejor”, afirma.

    “Antes de las competencias, me reúno con los mamos de mi comunidad en lugares de pagamento. Ellos me guían, me dan la capacidad para entender, conectarme con los seres espirituales y rodearme de la naturaleza de mi entorno”, relata orgulloso de sus tradiciones. La conquista de la meta se ha convertido en un desafío y evoca, en sus duros entrenamientos, los lagos de su tierra, Aty Zerecha y Aty Nabowa, los sonidos de las aves, el serpenteo del viento, los árboles que cobijan a la Sierra Nevada y las melodías alegres de la música vallenata.

    “Soy muy activo, pero, mientras entreno, me gusta llenarme de paz ”, sostiene. Y consciente de su hito histórico, asegura: “el momento culminante es el acto de coronación. Me colocan la medalla sobre mi cuello, que hace brillar mi atuendo típico, engalanado, por una manta arhuaca hecha en los telares de madera y dos mochilas terciadas a mi lado izquierdo. Afianzo las albarcas sobre la plataforma de los ganadores, mantengo erguida la cabeza, adornada con mi gorro ‘Tutusoma’ y levanto las manos al cielo donde sobresalen dos manillas de hilos, que representan la fortaleza de mi raza”.

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