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sábado, 7 septiembre, 2024

    Como el muñeco de sal

    La enfermedad viene a curar el descuido en el que tenemos a nuestra alma.

    Sin referencia a lo divino no hay una curación real del alma. Dice un autor: “al alma le atribuimos lo que somos, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que imaginamos, lo que soñamos. En el alma están nuestros miedos, nuestras ansiedades, nuestras angustias.

    Del fondo del alma proviene lo que nos enferma, lo que nos roba la paz, lo que nos inquieta. La enfermedad viene a curar el descuido en el que tenemos a nuestra alma”.

    Valeria Sabater, refiriéndose al alma y a la enfermedad, nos escribe: “Nos quedaremos en la idea básica de que el alma es una representación de nuestra auténtica esencia.

    Una entidad muy frágil, vulnerable y que diariamente se siente herida. ¿Cómo avanzar por nuestra cotidianidad si nuestro ser se encuentra decepcionado o coaccionado? La somatización es la expresión del sufrimiento que tiene el alma”. Carl Gustav Jung nos recuerdo que la enfermedad viene a curar nuestra naturaleza. Brigitte Champetier dice:  “La enfermedad es el resultado de nuestro rechazo a la vida y, a la vez, una propuesta de solución tanto de nuestro sistema familiar como de nuestro sistema corporal”. Para Stephan Hausner: ”la enfermedad aparece cuando nos resistimos o nos negamos a reconocer algo que pertenece, a veces, una sintomatología, nos recuerda lo que quedó excluido …” Finalmente, Bert Hellinger nos enseña: “Nos enfermamos cuando nos apartamos del amor del espíritu. Nos mantenemos sanos o volvemos a serlo, si vivimos en sintonía con el amor del espíritu … “

    El alma logra sanar las heridas abiertas que tiene cuando entra en una relación profunda, de unión, con Dios. En las diversas tradiciones espirituales que existen se conoce este proceso como iluminación, sabiduría interior, reconciliación consigo mismo. La espiritualidad nos va a insistir en la necesidad de vivir el desprendimiento como el camino que nos conduce a la donación interior.

    En una ocasión, le presentaron a Jesús un hombre que sufría parálisis en todo el cuerpo. Al verlo, Jesús le dice al paralítico: levántate, toma tu camilla, vete a tu casa, tus pecados están perdonados. De esta forma, Jesús nos revela que la enfermedad es el resultado de una división interna creada por una falsa percepción de la realidad y de sí mismo. La reconciliación que ofrece Jesús tiene como objetivo central la corrección de la significación que estamos dando a la realidad. Cuando Dios está acompañando nuestra lectura de lo que acontece en nuestra vida, fluimos de manera distinta. La psicología transpersonal, por ejemplo, nos enseña: “en la medique nos liberamos de las autovaloraciones equivocadas y de las ilusiones que nos hemos forjado de nosotros mismos, nos curamos”

    Nos dice Anselm Grun: “si consideramos la vida con todo lo que acontece, desde la perspectiva de Dios, esa relación y reflexión hará añicos la visión de nuestro ego y nos pondrá en sintonía con el modo divino de ver y apreciar la realidad, las cosas y los seres”. La vida se encarga de destruir nuestras ilusiones sobre una vida armoniosa y perfecta. Cada uno de nosotros construye sus propios mitos sobre la vida sana: alimentación, ejercicio, equilibrio entre descanso y trabajo, disfrutar, espiritualidad, entre otras. Cuando todas estas cosas se vienen abajo, nos muestran que el centro, fundamento, desde donde se habían construido, estaba basado en el Ego. Lo que viene de Dios, nos hace sentir en armonía con todo, nunca por encima de los demás. La vida saludable puede ser la expresión de una sana relación con la divinidad que habita en nosotros o, la expresión del afán de ser reconocidos y valorados por los demás. Los primeros van serenos por la vida y, los segundos, exhibiendo cada uno de sus logros. En algunas ocasiones, el ejercicio y el cuidado excesivo esconden el sentimiento de insuficiencia en el que está atrapada el alma.

    El camino para sanar las heridas del alma se llama también autotrascendencia. El ego deja de ser el núcleo del alma y se convierte en la fuerza que mejor sirve al alma para alcanzar sus propósitos. Karl Rahner dice: “la experiencia mística más profunda es una forma de capitular ante Dios, un rendirse ante la incomprensibilidad de Dios. Dios ya no es utilizado para inflar el Ego, sino que es la meta de nuestros afanes. El final de ese afán no es un éxito que se pueda medir, sino un entregarse, más aún, un olvidarse de sí, un abandono en las manos de Dios”. La autotrascendencia es el reconocimiento de una fuerza mayor que crea, sostiene, acompaña y orienta todas las cosas hacia su destino. En algún momento de su existencia, el ser humano se ve invitado a dejar el Ego como fundamento de su vida y acoger la Trascendencia como la razón última de todas las cosas. Señala James Bugental: “la terapia consiste en acompañar a las personas a reconquistar su propia patria interior. En nosotros está la solución, de nosotros depende que nos liberemos de los ídolos que nos esclavizan: afán de éxito, de reconocimiento, de productividad, entre otros, y encontremos en la relación con nosotros mismos y con Dios, La Paz que tanto anhelamos y que nada nos puede arrebatar.

    “Hubo en otro tiempo en el Reino de Song, un tal señor Ding que no tenía pozo. Cada día, un hombre de la servidumbre dedicaba todo su tiempo para asegurarle el servicio del agua, pues debía ir a buscarla muy lejos. Para simplificar el trabajo, Ding hizo cavar un pozo en el patio. Al hacer cavar ese pozo en mi patio, me he ganado un hombre – le dijo a un amigo. Este amigo se lo contó a otro, y, pasando de boca en boca, la observación se convirtió en esto: El Señor Ding, al cavar un pozo en su patio, encontró a un hombre. Estas palabras se divulgaron a través de toda la región y llegaron a oídos del rey, quien hizo llamar a Ding para saber de qué manera había encontrado a un hombre en el fondo de su pozo. Ding le explicó: Ese pozo cavado en mi patio, me evitó el tener que acarrear el agua desde tan lejos y por lo tanto me proporcionó dos brazos más para los trabajos de casa, ¡eso es todo!. Cuando en lugar de ir fuera de nosotros a buscar el agua que calme nuestra sed, decidimos cavar un pozo en nuestro patio, nos liberamos, encontramos nuevas fuerzas para ayudarnos a mantener en armonía nuestra casa. La verdadera curación no consiste en aprender técnicas para manejar el estrés, la ansiedad y la angustia. Tampoco tiene como objetivo alejar el miedo y la incertidumbre de nuestra vida. Menos aún, en construir la fantasía de una tierra sin males, de relaciones sin dificultades, de una relación con Dios a mi favor. La verdadera curación consiste, en entrar en una relación profunda con Dios; de la misma manera, que el muñeco de sal con el mar. Cuando nuestra experiencia de Dios va creciendo y se va haciendo auténtica, nuestros viejos patrones existenciales se van diluyendo. A medida, que vamos experimentando la libertad interior, va creciendo la capacidad de relativizar los problemas de la vida cotidiana. La experiencia mística nos ayuda a reconocer a Dios como el auténtico fundamento de nuestra existencia.

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