No existen gobiernos universalmente malos, pero tampoco perfectos. No existen presidentes que lo hayan hecho todo mal, pero tampoco mandatarios inmaculados, sin tacha posible. No hay administraciones públicas exentas de errores, pero con una sociedad cada vez más activa y vigilante, es casi imposible que los gobernantes hoy puedan hacerlo pésimo y salirse con la suya. No obstante esas verdades, los colombianos –especialmente los que tienen una red social a su alcance– andamos en un plan aburridísimo de ponerlo todo en blanco y negro, desconociendo cualquier acierto del contrario y defendiendo a muerte a quienes están de “nuestro lado”, como si no pudiéramos ver las cosas buenas y malas de cada quien, sin prevención, sin prejuicios; como si nos quedara grande verlo todo en perspectiva.
¿Por qué nos costará tanto reconocer las cosas buenas que hacen los que no piensan como nosotros? ¿Por qué es tan difícil hacer balances ponderados en los que se listan los defectos y los errores, pero también se miran con objetividad y desapasionamiento las virtudes y los aciertos?
¿Qué nos cuesta reconocer que a este país lo hemos venido construyendo progresivamente entre todos y que aun los que llamamos “pésimos gobiernos” algo, en alguna medida, también han contribuido al avance que hemos tenido como nación?
Me pregunto, por ejemplo, ¿por qué un uribista no puede reconocer los avances en materia de infraestructura que se lograron en los ocho años del presidente Santos o admitir que el éxito en materia de vivienda comenzó en ese gobierno con Germán Vargas Lleras y Luis Felipe Henao y se mantuvo y se multiplicó en cabeza del ministro Jonathan Malagón en los últimos años durante el mandato del presidente Duque?
¿Por qué la gente que vaticinó que jamás llegarían las vacunas a Colombia no puede admitir que se equivocó y aplaudir la gestión de un ministro laborioso y decidido a sacarnos adelante en medio de la pandemia como Fernando Ruiz? ¿Por qué a los que apoyan a Claudia López les cuesta tanto trabajo decir en voz alta que el gobierno de Iván Duque les ha dado más apoyo que ninguno en la financiación de proyectos de infraestructura y movilidad?
¿Por qué quienes abogan por una ambiciosa renta básica no admiten que el ingreso solidario fue una ayuda indispensable para que millones de hogares pudieran sobreaguar una pandemia que no estaba en las cuentas de nadie? ¿Por qué cuando hablan de un “gobierno que no hizo nada por nadie” no admitirán que la situación humanitaria de los millones de venezolanos en Colombia necesitaba una intervención y que el Estatuto diseñado para atenderlos fue histórico y nos permitió paliar una realidad durísima en la que ojalá nunca, como colombianos, nos toque estar?
¡Cómo les cuesta a algunos reconocer que este gobierno que se despide logró ponernos en el puesto número uno a nivel mundial en materia de resiliencia económica, que logró un crecimiento récord de 10,6 por ciento el año pasado, que ajustó el salario mínimo a una cifra relevante y que recuperó los empleos que se destruyeron como consecuencia del coronavirus!
Por supuesto, nada es color de rosa. A los problemas enquistados en nuestro país, como el de la corrupción y la desigualdad estructural, hay que seguirlos frenteando porque todavía es mucho lo que falta por hacer. Por supuesto, no fueron los mejores cuatro años de toda nuestra existencia pero, con seguridad, tampoco fueron los peores a pesar de que las duras condiciones en las que tuvo que moverse Duque pudieron habernos llevado a un desastre absoluto. ¡Qué nos cuesta reconocerlo!
Esta nota la puede encontrar en eltiempo.com / JOSÉ MANUEL ACEVEDO
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